Como ya explicamos al principio, el tiempo está dividido en dos, por un lado, está el tiempo cronológico en el que los niños y niñas deben de establecer unas rutinas necesarias a estas edades que le aportan seguridad, y que cubriremos con hábitos de higiene (lavarse las manos y los dientes), alimentación (desayuno y almuerzo), normas sociales (saludos y despedidas), y el tiempo dedicado a las actividades (siempre flexible). Y por otro lado, el tiempo relacionado con el ritmo de desarrollo y las necesidades especiales de cada uno o una para aprender (Kairós), es decir, con la atención a la diversidad. Como todos sabemos, cada persona es única y diferente, por ello, tenemos un ritmo biológico desigual, aprendemos y entendemos los conceptos, los conocimientos, el entorno y las relaciones de diversas formas, y necesitamos distintos tiempos para comprenderlas y asimilarlas.

Cabe también destacar, que, aunque existen unas etapas evolutivas muy bien establecidas por Piaget, son más o menos orientativas, cada niño o niña se desarrolla a un ritmo distinto, y llegan a alcanzar los aprendizajes, las habilidades y las competencias a través de diferentes caminos, como lo avala el estudio de las inteligencias múltiples de Gardner.
Así, como marca el movimiento slow, debemos desacelerar el ritmo estresante que nos marca la sociedad actual, y dedicar una mirada y un respeto a los tiempos en la infancia. Lo urgente no debe priorizar a lo importante. Por todo ello, la educación debe ser individualizada, para no privar a ningún niño o niña de la oportunidad de construir su propio aprendizaje, atendiendo siempre a sus intereses, necesidades, y ritmo evolutivo, incluyendo un periodo de adaptación que resulta muy importante en estas edades (siempre que sea compatible con los horarios de la familia).